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FRUTILLAS A MEDIA NOCHE

Dra. Patricia Cirigliano
Psicóloga

Cuando Mamá duerme, Bebé retoza en su panza. El útero se distiende y las paredes de casa dejan moverse mejor. Quizás un mayor gasto de energía? Bebé golpea en la zona estomacal, (tal vez pueda provocar que mamá reaccione urgente y coma algo rico para los dos).

La Ciencia tomó su trono en el siglo que se va y no quiere perderlo. Arrojó al cuarto de los trastos viejos la antigua sabiduría de los Pueblos porque su base no era científica, y la carencia de los datos estadísticos y de estudios de laboratorio la tornaba inútil. Arrogante y presuntuosa, la Ciencia y los científicos nos dejaron mil
veces con la boca abierta a representantes de tres generaciones y amenazan con no parar.
Sin embargo, algunas voces resuenan ya en los claustros universitarios del mundo y su rumor llega a la gente común. Sabemos así, que grandes catástrofes ecológicas, han sido en parte provocadas por la avanzada científica, y que la tierra, el aire y el mar sufren consecuencias desastrosas por esas causas.
Especies animales y vegetales en extinción: aire y aguas contaminados;
selvas depredadas, desgarros constantes en la capa de ozono, son conceptos que manejan ya los escolares.
Familias de distintos puntos del planeta acusan recibo de una gran variedad de agresiones motivadas por la industrialización y la tecnología.
Muchos son los vaivenes provocados en el ”sentido común“ de la gente que obedecen a cambios de opinión de las corrientes científicas, que no dudan a la hora de derribar una teoría cuando aparece otra que explica mejor la realidad.
Grandes capitales se mueven tras el traslado a la difusión pública de la aplicación de ciertos temas científicos.
Comer o dejar de comer, vestirse con xx o no, correr o caminar, utilizar o no, determinados materiales fueron parte de algunas directivas, consejo o prohibiciones cotidianos.
En medio del cúmulo informativo, han comenzado a filtrarse algunas concesiones al saber vulgar.
Después de interrogantes profundos se ha concluido así que el caldo ”de la abuela“ alivia y acorta la recuperación de los resfríos; que la famosa ”cuarentena“ puerperial favorece la intimidad de los primeros y valiosos intercambios madre-hijo; que la protección del sol de las ”ridículas“ bañistas de antaño evita el cáncer de piel.
Así, muchas creencias fueron apartadas del montón desechable y se volvieron verdades científicas. Otras, quedaron relegadas y muchas, mezcladas con mitos y supersticiones.

Antojos durante el embarazo

En la memoria de cualquiera, existe aún hoy la idea de los ”antojos“ de la embarazada, de su urgencia y de las consecuencias que sobre el habitante pancero recaerían si no se complace a la madre.
El niño podría quedar ”marcado“ con la silueta del alimento deseado y no
consumido. Así, frutillas, manchas de café, peras, bombones y confites forman parte del largo listado de testimonios vivientes.
Las manchas son, para quienes sustentan la teoría, producto de ”antojos“ insatisfechos y del primer lugar del cuerpo que la madre tocó. Espaldas, cejas, narices y mejillas son, pues, para ellos, muestra contundente del acierto de lo expresado.
¿Son las temidas consecuencias un factor de presión? ¿Ejerce la futura mamá un ”chantagge“ disimulado sobre el inocente marido? Dándoles importancia, ¿se aseguran las futuras abuelas atención constante de las hijas o nueras durante la dulce espera? ¿Responden los ”antojos“ a una real necesidad del organismo? Se trata sólo de un ardid femenino al que apelan las mimosas para concentrar
cuidados especiales?
Quizás, buscando la esencia de los ”antojos“, se puedan despejar algunas dudas.

¿Qué son? ¿Cómo son?

Los ”antojos“ responden, al parecer, a un impulso de intensidad variable que proviene de lo profundo del ser de la mujer embarazada. Ellas manifiestan a menudo que no recuerdan haber sentido, en otros momentos de la vida, deseos semejantes.
Un ”antojo“ es como un calambre. Llega inesperadamente y es como si doliera, si no se satisface. Y la satisfacción, para ser tal, debe ser urgente, súbita como la aparición del deseo. Además la frustración impulsa al llanto aunque quede contenido.
A pesar de sus raíces inconcientes, el ”antojo“ aparece claro en la conciencia. La ”antojada“, expresa con claridad y precisión el objeto que desea. Es, desde ya, comestible, apetitoso (a menudo sólo para ella), es inadecuado (para ser conseguido en esa estación y a esa hora).
Difíciles y poco accesibles, son otras dos características que definen los ”antojos“.

A media noche

Algunos médicos humanitarios han asociado ciertos descensos rápidos de la glucosa en sangre, a los hambrientos y desesperados pedidos con que, algunas embarazadas, despiertan a media noche a su agotado cónyuge que se resiste a levantarse.
Es posible que, efectivamente, el organismo reclame por un súbito desequilibrio metabólico, suministro extra de algo dulce. Resulta curioso, sin embargo, que no sirva para nada cualquier cosa dulce sino, con una exquisita sensibilidad, sólo aquello que se ha requerido.
Naturalmente, “la tal cosa” no está en casa. No existe en la heladera y probablemente tampoco en los comercios de las inmediaciones, por otra parte, cerrados a la madrugada. Puede haber más complicaciones, como una noche lluviosa y desagradable. No auto. No micro. No bicicleta.
Expulsado del hogar por los enfurruñados pedidos de su mujer, el futuro papá se siente a la vez un héroe y una víctima.
Esta circunstancia se torna tanto más compleja cuando a ambos les falta experiencia. Como es natural, se trata del primer ”antojo“ y las fantasías galopan en las mentes de los dos.
El sugiere, casi como en un intento de lograr solidaridad ajena: “llamá al obstetra”. Ella piensa que no es bueno despertar al doctor a esa hora. El piensa por qué se siente culpable si no ha hecho nada malo, y en realidad ninguno de los dos previó tener frutillas con crema chantilly en el ”freezer“. Al cabo, en lo profundo, el futuro papá siente que debería tener el mismo derecho a continuar durmiendo que el médico de su señora.
Sin embargo, pronto se arrepiente de esos egoístas sentimientos. Al cabo se trata de su hijo y quién sabe que estará padeciendo allí dentro, si su mamá no se deleita ya mismo con las solicitadas frutas.
A medio vestir, ella le dice: “Andá así no más”. El sale a la calle con rumbo incierto. En el fondo del alma se siente afortunado por dos razones casi elementales: va a tener un hijo y en el barrio hay un ”drugstore“, uno de esos negocios espectaculares que no cierran nunca.
Mientras avanza por las calles penumbrosas, mirando atrás de tanto en tanto, sospecha que quizás no sea tan afortunado y que no recuerda haber visto fruta fresca en el local de las 24 horas...

La espera insoportable

Impaciente, ella, que ha quedado sola decide levantarse para mirar por sí misma en la heladera. Debiera ser posible que ”alguien“ hubiera cargado frutillas y podría preparar la crema. Hay azúcar impalpable y crema natural. Con un poco de voluntad...
En realidad, nunca batió crema. ¿Y si sale mal? Una idea luminosa atraviesa su mente. Su madre se ha cansado de repertirle que si le pasa algo no dude en llamarla a cualquier hora. Aunque sea la 1 y media de la madrugada, lo mejor será hablarle. La futura ”abu“ pegó un salto en la cama, y manotendo el interruptor encendió el velador. Sacudiendo a su marido logró despertarlo y pedirle que atendiera el teléfono. Sorprendido, él preguntó tres veces: “¿Qué hora es?, mientras ella respondió tres veces “Atendé, que debe ser la nena”.
Obediente, él atendió y le dijo: “Quiere hablar con vos”. Ella se sentó de un salto y casi gritando dijo al tubo: “¿Qué te pasó?” Escuchó y luego, recuperando la respiración comentó: “Y... seguro, es un antojo. Tenés que poner la crema primero...”.
Contentísima. La receta resultó. La futura mamá volvió al dormitorio con un tazón pleno de ”chantilly“. No le pareció bastante la cuchara y , de tanto en tanto, limpiaba el borde con el dedo índice, al que chupeteaba con desesperación.
Afuera, el señor del kiosco 24 hs. (al fin, no era un verdadero ”drugstore“), le explicó al papá en potencia que allí no se vendía fruta. Sí tenía frascos, pero eran guindas, no frutillas y además, tenían alcohol.
La hora pasaba y las frutillas no llegaban. El futuro papá ya se sentía culpable por esa mancha roja que tendría su hijo. En eso, recordó que a cuatro cuadras de allí había un importante restaurant, y como era viernes, tenía que estar abierto.
Luego de la caminata, arribó al mismo y se dirigió a la caja.
“¿Qué desea?”, le preguntó el joven que se encontraba detrás del mostrador.
Con no poca vergüenza el marido explicó: “Mirá, yo sé que le voy a decir no es muy común, pero... mi señora está embarazada y tiene antojo de frutillas... ¿No les habrán sobrado de las que usan para preparar los postres?”
El señor del restaurant lo escuchó, mientras una sonrisa cómplice se dibujaba en sus labios: “Bueno, veo que no soy la única víctima de los antojos... el sábado pasado a las 2 de la madrugada quiso comer helado, pero no como el que tenemos acá, sino el de cucurucho”... Esperá un minuto...
Acto seguido el hombre apareció con una cajita de frutillas en la mano.
“¿Cuánto te debo?”, preguntó el marido.
“Nada, llevalas tranquilo”.
El futuro papá dijo: “Gracias, me salvaste!”

Desde allí, mitad caminando y mitad trotando llegó a casa. Casi sin aliento (“tengo que hacer algún deporte”, pensó) abrió la puerta y desde el hall, con voz de héroe de serie de T.V. gritó: “Mi amor... te conseguí las frutillas!”
Se le achicó el corazón. Ella no le contestaba. Tiró las frutillas sobre la mesada de la cocina (la luz estaba prendida), y se avalanzó al baño. Nada. “Mamita!” llamó, y entró al dormitorio.
Ella parecía de verdad la Bella Durmiente. Sobre la mesa de luz, el tazón vacío.
El pensó, “para qué voy a despertarla”. Se desvistió sin hacer ruido y volvió a mirarla. Le dió un beso y se sintió un príncipe. A diferencia del cuento, la Bella no se despertó...

En verdad, no se sabe el origen de los ”antojos“. Sí se sabe, que si ”él“ sale a buscar lo que ella le pide, ella comienza a sentirse feliz y agradecida, y a buscar soluciones. Y a sentir que ella y su hijo tienen una familia en quien apoyarse. Y que, cuando sea grande, le contaría: “Cuando estaba de 5 meses, a media noche, tu papá...”


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