AMOR
POR TRIPLICADO
Dra.
Patricia Cirigliano
Psicóloga
El
apego de los padres a los hijos es un hecho natural pero
es sencillo sólo en apariencia. La cuestión
es la calidad. ¿De qué clase de apego estamos
hablando?
Algunos
hechos comunes son resueltos por intuición en forma
adecuada. Por esa particular química amorosa que
cada familia produce, la mayoría de los intercambios
cotidianos pasan casi desapercibidos.
La experiencia clínica señala, no obstante,
que las familias enferman también, casi sin darse
cuenta. Echar atrás el camino, recordar escudriñando
en la memoria escondida suele ser costoso desde lo afectivo
y no deja de implicar una pérdida importante de tiempo
que se resta a la relación actual.
La prevención es viable cuando los adultos poseen
un grado corriente de salud mental y cuando, esa misma reserva
les permite, de tanto en tanto, hacer una reflexión
conjunta y a menudo, corregir y mejorar.
Creemos que es falso que la experiencia ajena no sirve.
La facultad de aprovechar de los aciertos y errores de otros
probablemente no sea común a todo el mundo pero le
sirve, a mucha gente para no tropezar con la misma piedra
que quien nos precede en el camino.
Contrato
de familia
Actitudes
inocentes, reacciones espontáneas y falta de atención
a la repercusión de la propia conducta en los demás
constituyen un buen piso para construir conflictos y desinteligencias.
La educación de los hijos es, indudablemente, un
resorte delicado. Una familia siente que alcanzó
el éxito cuando, más allá de los desacuerdos
superficiales, el amor que la une es tan sólido que
costaría imaginar una ruptura.
Mucho antes de pensar en un colegio, ambos padres han hecho
millares de contratos pequeños en los que los dos
coinciden. Al criar al hijo o a los hijos los roles se han
ido dibujando por propio ejercicio.
Se sabe que no hay padre ni madre sin hijo. El hijo da a
sus padres la única posibilidad para ejercer su papel,
trátese de niños adoptados o biológicos
(insistimos en la paridad de estas relaciones que se aclara
para no dejar dudas).
Sin embargo, sin ser huérfanos en lo real, existen
los niños sin padre o madre. Se les llama eufemísticamente,
“padre ausente” o “madre ausente”.
¿Están o no están?
¿Lobo
está?
No
se trata, dolorosamente, del juego del Lobo Feroz. Adultos
y niños a puro sentimiento se preguntan y preguntan
¿Papá está?.... ¿Mamá
está?
A veces hay respuesta. A veces no. A veces hay presencias
discontinuas. O ausencias discontinuas si queremos verlo
de otro modo.
Lo cierto es que los hijos están allí esperando
cuidados, anhelando cariño, extrañando. Parece
ser que las estadísticas y la historia no numerada,
dan cuenta de un mayor apego por parte de las madres, y
de una cierta facilidad para desprenderse de los hijos por
parte de los varones.
Un análisis menos simplista nos indicaría
que si bien muchos hombres dejan el hogar conyugal no se
desprenden de su rol paternal sin conflictos intrapersonales
entre los que las culpa y la depresión son bastante
comunes.
Ultimamente una cantidad importante de padres presiona a
la justicia de distintos países en la búsqueda
de legislaciones más equitativas, pues se quejan
de cierto favoritismo hacia las madres.
Aquí se estaría hablando de padres que desean
ejercer su rol y luchan por ese derecho que asiste a su
vez al hijo.
No es el caso de los padres “ausentes sin aviso”,
que se despreocupan de sus hijos y desatienden los reclamos,
a veces desesperados, de sus esposas o compañeras.
Si permanecen juntos esa proximidad física no garantiza
cambios favorables sin mediar alguna forma de ayuda espiritual
o profesional.
Los reproches, velados o explícitos por parte de
la madre, y las justificaciones a menudo inconsistentes
del padre, agravan y fijan además, interacciones
perjudiciales para los niños.
Las historias personales marcan, sin duda, enormes diferencias.
Sin embargo, la formación de la propia familia concede
la invalorable oportunidad de hacer la historia nueva. La
oportunidad de corregir errores vividos, vistos, oídos.
La pareja que se une por amor y no ha enfermado psicológicamente
tiene la posibilidad de crear lazos diferentes y mejores
que los de los respectivos pasados. Esa maravillosa oportunidad
suele desgastarse y aún perderse por algo más
que las propias fallas afectivas o las de la relación.
La falta de información y el descuido pueden malograr
sueños y realidades.
Ese es el campo de la prevención y cualquiera puede
transitarlo.
¡Si
hubiera sabido...!
El
apego a los hijos es, se dice, lo que se lleva en la sangre.
Algo muy fuerte debe ocurrir para que tantas personas necesiten
recurrir al examen de ADN para asegurarse de la realidad
de algunos vínculos dudosos.
El apego, podría suponerse, tiene íntimas
raíces biológicas pero necesita del alimento
de la relación, del sustento de la proximidad de
los sentidos, del refuerzo de las palabras y de la participación
concreta en las alegrías y en las penas.
No puede hablarse de apego sin pensar en la compañía,
es decir, en la presencia.
Es difícil pensar en un desamor inicial en la familia.
Aún los divorciados más renuentes a encontrar
recuerdos positivos, suelen reconocer un tiempo dichoso
al comenzar.
La llegada del primer hijo abre a la pareja a la situación
de triángulo de amor que trae inevitablemente desequilibrio
y crisis. Las buenas soluciones a este desafío muestran
una felicidad ampliada. Completud. Amor por triplicado.
Allí continúa el encuentro que comienza en
la concepción, y allí pueden iniciarse las
conductas del apego materno y del apego paternal.
Padre y madre deben construir sus roles al tiempo que el
hijo construye el suyo, el otro polo de la relación.
Hoy se conocen mejor los factores que fomentan el apego
amoroso de los padres a los hijos, pero también se
sabe más de aquellos factores que hay que controlar
porque inciden con frecuencia en su fracaso.
Factores
positivos
•
Las buenas experiencias de los padres actuales desde el
rol de hijos.
• La conciencia clara de no repetir con los hijos
propios formas de interrelación, premios, castigos
u otros tratos recibidos por la familia de base.
• Conocimiento mutuo de los integrantes de la pareja
parental en referencia a las expectativas de crianza de
los hijos propios.
• Confianza en el otro en relación a su potencialidad
maternal o paternal.
• Coincidencia de opinión en la apertura a
un auxilio profesional en caso de conflictos que los futuros
padres no puedan resolver satisfactoriamente.
• Compromiso a lejano futuro en relación con
los hijos bajo consideración de la posible, aunque
indeseada, disolución de la pareja.
• Rechazo consciente a la posesión del hijo
como un bien-objeto.
• Tiempo real para compartir en familia.
• Compromiso leal para representar al progenitor ausente
delante del hijo a través de las expresiones que
lo califican, o explican sus conductas ante el reclamo del
hijo.
• Capacidad maternal para compartir el amor del hijo
muy tempranamente.
• Capacidad paternal para actuar como soporte del
rol maternal de la mujer.
• Veracidad consciente en las situaciones de conflicto
que involucren al hijo.
• Capacidad de ambos padres para comprender y consolar
al hijo.
• Capacidad para limitar sin dañar y dar coraje
sin sobreexigir.
• Capacidad de la familia para distinguir la cualidad
de las expectativas éxito-fracaso y para separar
deseo y realidad.
Factores negativos
•
Malas experiencias infantiles no elaboradas o resueltas.
• Falta de tiempo para compartir en familia.
• Ausencia de confianza en la capacidad maternal o
paternal del otro integrante de la pareja.
• Ideas inciertas o vagas en referencia a la crianza
de los hijos.
• Negativa ante la supuesta necesidad de recibir apoyo
profesional en momentos críticos.
• Espíritu de posesión del hijo. Actitudes
celosas, temor a perder el cariño ante el amor del
hijo hacia el otro progenitor.
• Indiferencia ante el pesar del niño o incapacidad
para consolarlo.
• Desinterés por aumentar los momentos en compañía
familiar.
• Desinterés por informarse.
• Deslealtad en sus expresiones o comentarios para
con el progenitor ausente ante las preguntas del hijo.
• Falta de perspectiva o ensoñación
de la familia en el porvenir.
Lo
que ayuda
•
Compartir con los hijos los momentos básicos desde
temprana edad al alimentarlo, acunarlo o para dormir, higienizarlo,
consolarlo.
• Hablar y cantar al hijo desde el mismo momento de
nacer.
• Acariciar y sostener firmemente al hijo con frecuencia.
• Compartir las experiencias placenteras y las menos
agradables o dolorosas.
• Concurrir juntos a las consultas pediátricas
de rutina.
• Atender al pequeño cuando se siente mal o
está enfermo, sin delegar esa asistencia a uno solo
de los progenitores.
• Recordar que todos asociamos los momentos críticos
a las conductas de las personas que nos asistieron en el
trance.
• Tratar de estar presente cuando el niño se
duerme o al despertar, el padre o la madre pueden explicar
al hijo la ausencia del otro por pequeño que éste
sea.
• Asegurar al niño el compromiso para cuidarlo,
acompañarlo y tratar de que alcance una vida sana
y feliz.
• Reiterar a la pareja el compromiso familiar y reflexionar
acerca de las modificaciones a intentar.
• Pedir ayuda a los profesionales cada vez que los
padres sientan que las soluciones a las dificultades no
satisfacen a la familia en su totalidad.
• Alimentar la ilusión y la alegría.
• Dar a entender al padre que se lo necesita para
criar y educar a los hijos, evitando los gestos y expresiones
de autosuficiencia que lo hacen sentir superfluo en su rol.
• Tener en claro que en toda familia normal hay crisis
y dificultades y que la fuerza para superar los problemas
proviene en gran parte de los momentos felices compartidos
intensamente.
• Recordar que los padres perfectos no existen...
porque tampoco existen los hijos perfectos.