Diálogo con
un nene que solo dice "AJO"
La fuerza de los hábitos es conocida
por todos y de tal magnitud que una vez
arraigados resulta difícil desterrarlos
aún contando con la voluntad de
quienes quieren corregirlos.
Así como
los hábitos nos causarán
de por vida muchos dolores de cabeza los
hábitos buenos como las hadas de
los cuentos se convertirán en silenciosos
custodios de la personalidad, de la belleza
y de la salud.
Por eso es importante fomentarlos, cotidiana
y amablemente, convirtiéndolos
en compañeros rutinarios de los
niños que están bajo nuestro
cuidado. Misteriosamente, los hábitos
buenos se resisten a ser impuestos, se
niegan a pasar al fuero de las obligaciones
tediosas y prefieren integrarse al mundo
infantil mezclados con la alegría
del juego y bajo el salvoconducto de las
sonrisas de los adultos que solo convencidos
de su bondad podrán, aunque ellos
no los practiquen, inculcarlos a los más
pequeños.
Hago especial hincapié en el hecho
de la ausencia de un ejemplo práctico
para el niño. Es probable que mamá
y papá no puedan por distintas
razones incluida la de no haber sido habituados
en su niñez, realizar su sesión
diaria de gimnasia y relax y poder sin
embargo acostumbrar a sus hijos a realizarla.
El niño, por pequeño que
sea, necesita “su explicación”,
la satisfacción que merece por
respeto a su personalidad en formación,
la explicación que conteste porqué
el debe hacerlo si sus padres no lo hacen.
Los padres deben saber que los hábitos
se vuelven odiosos y no se adoptan como
tales y mucho menos con alegría,
si las explicaciones confluyen en la respuesta
más cómoda, trivial y perniciosa
para la formación: debes hacerlo
porque es bueno, porque eres chico y porque
te lo dice mamá.
Muchos conflictos graves de la adolescencia,
muchas rebeliones dolorosas, muchas palabras
injustas y hábitos positivos reemplazados
por otros nocivos y peligrosos tienen
su razón en aquel retaceo del argumento
por creer que no será comprendido
y en la amorosa ignorancia de tantos padres
que no hablan con sus hijos más
pequeños por temor a que no los
entiendan.
Hable con su hijo aunque crea que no la
comprende todavía. Justifíquele
el por qué de sus exigencias y
se sorprenderá de los resultados.
Sí, aunque el nene diga solamente
– ajó.
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